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Instituto Ibercrea
Una respuesta
Porque nada es gratis
«Fernández Villaverde recomienda copiar este post. No hace falta que nos detalle que sus ingresos no dependen del respeto a la propiedad intelectual. Como otros tantos de su cuadra, solo torea de salón». Ibercrea responde detalladamente al texto de Jesús Fernández-Villaverde titulado «Las falacias de los defensores de la propiedad intelectual» publicado este sábado en el blog Nada es gratis.
Aunque nos costará, habrá que ponerse a la altura de Fernández-Villaverde y empezar diciendo que la bobada grande e inmoral es afirmar que si uno explica a los lectores cómo saltarse un muro de pago no está haciendo nada malo «porque esa publicación te deja mirar algunos artículos al mes sin pagar», como afirmó en uno de sus comentarios en el post Pesimismo creciente, en el FT de Samuel Bentolila. Nada que contradiga, sin embargo, la capacidad cognitiva y el tallaje retórico del que afirma que respetar la voluntad del periódico sobre el acceso a la información que produce es “irrelevante”.
Hablar de bienes rivales y de bienes no rivales para justificar el robo de la propiedad intelectual es una de las falacias más conocidas y habituales. Y el grotesco ejemplo de la camisa está mil veces dado, variando la fibra textil, por el frikismo habitual: «Si tengo descendientes», dice nuestro economista, «se la podrán ir pasando el uno al otro hasta el final de los tiempos cuando se caiga a cachos. En cambio, el derecho de propiedad intelectual expirará en un momento u otro. Es decir: que el derecho ya reconoce de manera bastante clara que estamos hablando de cosas muy distintas”.
Claro que el Derecho distingue, pisaverde. Y distingue porque la propiedad intelectual, a diferencia de la camisa, es imperecedera. La camisa durará incluso menos que los papers de nuestro economista. Con la camisa, la propiedad se extingue por sí sola: sin que deba intervenir el Derecho. Por así decirlo: el Derecho distingue que la propiedad intelectual es «más» propiedad (y no «menos», como parece deducirse de la argumentación de Fernández-Villaverde) y debe ser moderada en su tendencia a la eternidad.
La raíz de todas estas confusiones vulgares es la consideración, puramente creacionista, de que la propiedad intelectual no es una propiedad física. Una confusión que, cabe reconocerlo, han alimentado numerosos artistas y allegados situando el eje de su creación en el soplo de Dios. Si uno tiene una tienda con mil camisas idénticas a la venta, las mil camisas son suyas mientras no las venda. Si uno crea una canción (un objeto físico perfectamente equiparable a cada una de las mil camisas producidas en serie), en ella están incluidas mil copias (para seguir con los números del ejemplo y evitar que nuestro economista se pierda). Porque, aunque a los espíritus simples les parezca lo contrario, las copias de la canción son el producto de este original y no de la actividad más o menos legalizada del que luego ejecuta la copia.
Así pues estará robándome una copia el que la ejecute sin mi permiso, igual que me robará una camisa el que entre en mi tienda y se la lleve con idéntico desparpajo. Y si decimos «copia» es por pura convención. En lo que se refiere a archivos digitales lo que llamamos «una copia» es realmente otro original, con la misma protección. Sin embargo hay quienes siguen hablando de «copias» y argumentando que en el siglo XXI la reproducción es ilimitada y «no hay un objeto que se pueda aprehender». Y precisamente, hay que insistir en ello, toda la confusión metafísica respecto a la propiedad intelectual nace al negar que cualquier obra, analógica o digital, sigue siendo un objeto que se puede aprehender.
Aunque es sorprendente, Fernández-Villaverde continúa: «Pero pongamos otro ejemplo para ir más allá. Imaginémonos que yo, en vez de copiar el libro de macroeconomía de mi vecino, escribo uno mejor y le robo el mercado. El daño se lo causo igual: le quito los ingresos futuros. Esto es perfectamente legal. Sin embargo, si yo creo una nueva camisa, no impido a mi vecino que siga disfrutando de su camisa original sin problema”.
Él lo ha dicho: si la crea. No si la copia. Si una buena invención o creación no dispone de protección, la harán suya los competidores más fuertes que estén en condiciones de comercializar el producto o servicio a un precio más bajo sin tener que compensar financieramente al verdadero inventor o creador. Otorgar una protección adecuada a la propiedad intelectual de una empresa constituye un paso decisivo ya que ello contribuye a evitar que se cometan infracciones y a convertir las ideas en activos comerciales con un verdadero valor de mercado. El pleno aprovechamiento del sistema de la propiedad intelectual permite a las empresas beneficiarse de su capacidad innovadora y su creatividad, lo que a su vez fomenta la innovación. El creador podría disfrutar de su obra sin necesidad de comercializarla. Si lo hace es para que otros disfruten de ella, en unos casos ofreciéndola de forma gratuita y en otros a cambio de una compensación económica.
En los argumentos de Fernández-Villaverde habría lugar también para la mentira, si no la disculpara tajantemente la ignorancia: Dice: «El otorgar derechos de propiedad intelectual es únicamente un sistema de incentivos y por tanto carece de ninguna valoración moral, ni positiva ni negativa. Nadie tiene «derecho» innato y natural a la propiedad intelectual (sí que creo que tiene derecho al reconocimiento de ser el autor, pero nada más)».
¿Valoracion moral ni positiva ni negativa? Escriba mil veces, una por camisa, el Artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en sus dos puntos indisolublemente complementarios: 1) Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten; y 2) Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.
“La presunción es, en consecuencia, que estamos protegiendo en exceso a la propiedad intelectual”, sanciona luego nuestro economista. Una presunción opuesta a la de quienes sugieren la desaparición del dominio público, argumentando que una sociedad que protege más a las cosas que a las ideas es una sociedad enferma. Quizá fuera razonable encontrar un equilibro entre ambos puntos de vista. De hecho Acemoglu explica efectivamente las cosas mejor que su panegirista. Tanto que, a pesar de las correcciones al sistema que propone, pero que no detalla, comienza su intervención diciendo: “[…] En la raíz del cambio tecnológico está la innovación. Y la forma en que hemos construido una especie de sistema, un sistema que promueve la innovación. Un sistema básicamente sobre los derechos de propiedad intelectual, PI […] Y ese sistema ha supuesto los cimientos del crecimiento occidental … durante los últimos 200 años”.
Acemoglu es consciente de algo que nuestro Fernández-Villaverde es incapaz de ver. Es posible que la propiedad intelectual pueda entorpecer procesos creativos, porque naturalmente todo favor tiene su envés; pero la ausencia de protección a la propiedad intelectual los entorpecería aún más, como deseamos fervorosamente que comprenda nuestro economista. Por eso debe buscarse en todo momento un equilibrio entre la innovación y la salvaguarda del derecho.
La palabra zarandajas o asociados surge un milisegundo antes de que alguien asuma que ha perdido la razón. En la versión más optimista sobre el proceso de pensamiento, claro está. Es llamativo que nuestro economista hable de ellas antes de afirmar que «son los defensores del sistema actual los que están en minoría en el mundo académico» y citar solo «un magnífico libro» frente a los cientos que detallan (nos mola citar a otro Levine, Robert, cuyo libro Free Ride: How the Internet is Destroying the Culture Business and How the Culture Business can Fight Back fue reseñado aquí, aquí e incluso aquí) por qué los métodos de protección de la propiedad intelectual que promueven prácticamente todos los países civilizados son, aunque mejorables, la mejor forma de garantizar el crecimiento económico basado en la innovación.
Fernández Villaverde recomienda copiar su post. No hace falta que nos detalle que sus ingresos no dependen del respeto a la propiedad intelectual. Como otros tantos de su cuadra, solo torea de salón.
(*) Los comentarios en Nada es gratis están limitados a las 350 palabras y por esta razón Ibercrea dejó en el citado blog una nota breve con el link a esta página para que los lectores interesados pudieran seguir el debate. La nota no fue publicada y el académico Jesús Fernández-Villa
También se ha estado debatiendo el texto de Fernández-Villaverde aquí y aquí.
Bueno, después de leer atentamente la discusión y este artículo la verdad es que creo que tiene razón el tal Sr. Fernández en lo que dice sobre la propiedad intelectual. Yo tampoco entiendo como pueden los artistas tener más derechos que el resto de nosotros. A fin de cuentas, la cosa es más simple de lo que aparenta: si quien crea una receta de cocina o una bandeja no tiene derecho a exigir durante 70 o cien años una comisión al restaurante que la use, el que crea una canción tampoco. No tengo estudios de derecho pero me parece lo más lógico. ¿Es que hasta ahora los artistas no sabían que en cuanto sonaran sus canciones por la radio las grababa quien le diera la gana? no entiendo a qué viene ahora tanta bulla con que les copian las canciones. Es como si les preocupara también que la gente las memorizara sin pagarles una comisión, o al menos así lo veo.
Gracias Arcadi, por tu continuada defensa de la Propiedad Intelectual y de los derechos de autor. Este blog de Ibercrea es un ejemplo periodístico de valor incalculable para el que quiera entenderlo.
El que personas con estudios, abogados, periodistas, tertulianos varios (que hablan mucho de lo que no saben), jueces ¡incluso!, y cronistas en blogs ilustrados, gentes de universidades, como el ‘cultísimo’ Sr. Fernández-Villaverde, no entiendan que existe una Ley de Propiedad Intelectual -que como toda ley habrá que respetar ¿no?-, y que hay, detrás de esos creadores, toda una industria con millones de empleados -los autores son un eslabón, el más débil de la cadena-, industria, que justamente, ofrece solaz y esparcimiento al que lo quiera comprar (hablo de películas, teatro, música), que ‘vende’ lo más divertido que hay en este mundo, aparte del sexo, no entiendan que sus creadores, que se dedican a tiempo casi total a esa actividad, no deban tener un reconocimiento, no sólo personal, sino económico por ese trabajo que hace feliz a tanta gente, me conmueve.
Es lo mismo que si uno cuestionara el precio del café en el bar o quisiera no pagar por ese capricho ¿por qué habría de hacerlo? ¿es imprescindible tomar el café con leche por la mañana? ¿habrá gente que ha currado lo suyo para que ese café esté disponible en la barra del bar por un módico precio, y que también necesita cobrar su sueldo para vivir?
Sra. o señorita Lasalle: no es obligatorio ver una película, ni escuchar música, ni ir al teatro. Pero si lo queremos, porque nos hace la vida mejor, debemos pagar por ello, por aquello que inventaron los fenicios del intercambio. Y sepa que la mayor parte de los casi 100.000 autores en España no llega a cobrar -de media- el salario mínimo, cargando, eso sí, con la desgracia de ser el colectivo más denostado por esta suerte de nuevos ricos del pensamiento del todo vale y todo gratis. Supongo que usted trabaja, y que pretende cobrar por ello. Es así de simple.
Saludos
Beatriz Lasalle, para su información.
Un autor no cobra ningún sueldo de nadie, se lo tiene que ganar. Imagínese que las empresas tuvieran trabajadores que sólo cobrasen cuando aportaran una idea que generase ingresos para esa empresa. No podría ser, ¿verdad?.
El autor, en cambio, tiene que demostrar que su canción es mejor que otras, y sólo así podrá ganar algo. Es un trabajador solitario que tiene que estimular los sentidos de sus compatriotas, a cambio de una mísera ‘limosna’ que, por suerte, está legislada, aunque no lo parezca.
Voy a aclarar lo de limosna: exactamente 6 cts. de euro por canción vendida en un CD, y a repartir si son más de un autor, o peor, si hay ‘editores’ por medio. Un autor no tiene sueldo, y sólo cobra cuando su obra se utiliza. ¿Puede haber mayor generosidad en su planteamiento? Sólo cuando alguien quiere disfrutar de ella: en un disco, en un teatro, en conciertos o en películas. Todo ello, recordemos, es OCIO, no siempre cultura, como algunos que lo meten todo en el mismo saco pretenden. Solo entonces llegará esa limosna al autor. Descuenten administración de SGAE, 6%, e impuestos si la cosa funciona.
Y para que funcione… Atienda bien por favor. Hay una competencia tremenda, y las compañías de discos rechazan el 97% del material que les llega. Mucho trabajo en vano. Si el autor consigue atravesar todas las puertas y logra que le graben una canción, resulta que -ahora un disco de oro es de 10.000 unidades, antes de la piratería eran 100.000-, ganará, despues de hacer un trabajo ímprobo, la inmensa cantidad de 600 € antes de descuentos e impuestos. Y hay muy pocos autores a los que les graben una canción al año, créame. De un disco, sólo 0,60 € va para los autores. ¿A qué ese paroxismo que acompaña esta sociedad contra sus autores? ¿Por qué?
Saludos.
Todas las retóricas del tipo:
– «Compartir / generosidad / apertura, etc.»
– «No han entendido el nuevo paradigma»
– «Libre circulación de ideas, difusión de la cultura,acceso de todos al conocimiento, etc.»
– «Han cambiado los modelos de negocio»
– «Las descargas son inevitables, no se pueden poner puertas al campo»
Todos los sofismas economicistas sobre bienes tangibles / intangibles, rivales / no rivales, etc. tienen, exactamente, la misma traducción: quiero aprovecharme gratis de tu trabajo.
Por otra parte, es curioso como los insultos son, con tanta frecuencia, autodefinitorios. «Bobo del culo» es un insulto típico de un tonto del culo que además, sea pedante y cursi.
Por cierto, el Sr. Fernández-Villaverde ejerce de faro del conocimiento científico en la Universidad de Pennsylvania, que ostenta el nº 61 en el ranking de Universidades estadounidenses de Forbes, cuatro puestos por debajo del Kalamazoo College. En la Ivy League, vamos.
Estimado Peter, Descalifica a Fernández-Villaverde argumentando, no ofreciendo un dato sesgado acerca de la reputación intelectual de la universidad para la que trabaja. El Ranking de Forbes es, llana y lisamente, un mal chiste: ¿alguien en su sano juicio consideraría que Amherst está por encima de Harvard y el MIT? Por favor, no me hagas reír. Berkeley aparece la 70, lo que es otro chiste, claro. Sin entrar en que la reputación que deberías determinar es, en todo caso, la del departamento de económicas de Penn, no la de la universidad como un todo. Te guste o no, dicho departamento es MUY prestigioso.