Opinión
The Guardian, 15 de agosto
Frédéric Filloux
"Atacando a los reformadores de los derechos de autor"
«Perseguir a los opositores acérrimos a los derechos de autor es lo que hace Robert Levine en su libro Free Ride: How the Internet is Destroying the Culture Business and How the Culture Business can Fight Back. […] De una manera inusual, abarca un punto de vista europeo sobre la cuestión (Levine vive parte del tiempo en Berlín). Eso hace que el libro sea aún más interesante en países que estudian la forma de que los creadores de contenidos puedan cobrar por su trabajo sin matar a la formidable libertad creativa desatada por el mundo digital».
Perseguir a los reformadores del copyright es un negocio riesgoso. Para los fanáticos de lo digital, la defensa de los derechos de autor es como defender la vuelta a la máquina de escribir (personalmente, me gustan las máquinas de escribir, tengo varias y recomiendo un maravilloso artículo de Atlantic de 1997 sobre ellas en Longform.org). Perseguir a los opositores acérrimos a los derechos de autor es lo que hace Robert Levine en su libro Free Ride: How the Internet is Destroying the Culture Business and How the Culture Business can Fight Back [el título juega con el concepto económico del free rider, literalmente polizón, como parásito que se beneficia de servicios que no ayuda a producir ni a financiar; así, la segunda edición del libro cambió el subtítulo y sustituyó «Internet» por «Parásitos digitales»].
El terreno de juego: grandes empresas digitales conspiran para promover la ideología de lo gratis que ha plagado internet durante la última década. Con su enorme potencia de fuego financiera, googles y apples y empresas de capital riesgo de Silicon Valley que fundaron Napster han financiado todo lo necesario para socavar el concepto de derechos de autor. Desde presionar al Congreso de los Estados Unidos hasta financiar a los defensores de la cultura gratuita, crearon toda una gama de productos para ripear y grabar música que les permitiera vender sus reproductores de MP3. Tienen a los legisladores y a los expertos para preparar el camino de un saqueo generalizado de la propiedad intelectual, desde la música hasta los contenidos periodísticos. Una vez Levine establece este punto, explora posibles soluciones para restaurar el valor de la creatividad (las abordaré en una futura columna).
Ni que decir tiene, Robert Levine ha producido una obra no políticamente correcta. Y eso es lo que hace fascinante su libro.
Para empezar, el autor replantea la famosa frase: «La información quiere ser gratis». Free Ride recuerda la frase completa, mucho más matizada. Esto es lo que realmente dijo el escritor de tecnología Stewart Brand en 1984 en una conferencia de hackers: «En una mano, la información quiere ser costosa porque es muy valiosa. La información correcta en el lugar correcto cambia tu vida. En la otra mano, la información quiere ser gratis, porque el coste de obtenerla tiende a ser menor y menor. Así que tienes este combate, una mano contra la otra».
Pocas citas de la historia reciente han sido tan retorcidas y malinterpretadas como esta. Todo el mundo se subió al carro de la distinción de Stewart Brand entre recopilar información y hacerla accesible a la audiencia. Mientras que el coste de lo primero sigue siendo alto -al menos para los productores de la información original o del contenido- el coste marginal de la radiodifusión se redujo drásticamente, y eso es lo que provocó la idea de una cultura de coste cero. Sin embargo, «los productos de los medios de comunicación nunca han tenido un precio acorde a su coste marginal», recuerda Levine, y por lo tanto gratis es una idea que es difícil de defender.
Como se describe en Free Ride, los legisladores de Estados Unidos jugaron un papel fundamental en la apertura de compuertas a la piratería y a la violación de derechos de autor en internet. El 28 de octubre de 1998, Bill Clinton firmó la Digital Millennium Copyright Act. Esa ley, dice Levine, dio un «puerto seguro» a los proveedores de servicios de internet y a otras compañías online. Ya no serían responsables por la violación de derechos de autor de las acciones de los usuarios, y Levine dice que «el puerto seguro hizo más fácil para sitios como YouTube convertirse en foros valiosos para la creatividad de aficionados. Pero también permitió crear grandes empresas de contenido profesional que no pagan por ellos». Así es como, dice, el Congreso creó a Youtube (comprado por Google en 2006 por 1.650 millones de dólares).
La deconstrucción más espectacular del libro concierne a Lawrence Lessig. El profesor de derecho de Harvard es uno de los rivales más directos y duros de los derechos de autor. Durante años ha estado cruzando el mundo ofreciendo convincentes y bien elaboradas presentaciones sobre la necesidad de revisar los derechos de autor. Cuando, en 2007, Viacom demandó a YouTube por infringir derechos de autor, pidiendo más de 1.000 millones de dólares en daños y perjuicios, Lessig acusó a Viacom de estar intentando revocar la Digital Millennium Copyright Act. Fue una defensa de facto de Google por Lessig, que en ese momento era director del Center for Internet and Society at Stanford University. Lo que Lessig no dio a conocer es que dos semanas después de cerrar el acuerdo para adquirir YouTube, Google hizo una donación de dos millones de dólares a ese centro de Stanford que dirigía Lessig, y un año después dio otro millón y medio de dólares a Creative Commons, la más famosa criatura intelectual de Lessig. Para ser justos, Levine me dijo que no creía que las posiciones de Lessig sobre los derechos de autor estuvieran influenciadas por las subvenciones de Google. Además, Google destinó 100 millones de dólares a luchar contra la demanda de Viacom. Pero numerosos ejemplos a lo largo de Free Ride muestran cómo las empresas de tecnología están comprometidas para influir en las políticas públicas. Irónicamente, la nueva cruzada de Lawrence Lessig en Harvard es contra la corrupción en Washington.
El libro de Robert Levine podría ser discutido en algunos puntos. Uno de ellos es que el autor es demasiado amable con la industria de la música (su punto de vista puede haber sido influenciado por su cargo como editor ejecutivo de la revista Billboard, donde fue testigo de primera mano del auto-infligido deterioro de la industria de la música). El negocio de la música perdió todos los trenes: (a) defendió el modelo físico a hasta el último minuto, incluso cuando su aniquilación parecía inevitable, (b) extendió tanto como pudo el tiempo durante el que pudo exprimir doblemente tanto a los consumidores como a los artistas (por desgracia, los artistas analógicos pobres han sido sustituidos por los artistas digitales pobres).
En segundo lugar, tiende a olvidar la complacencia general de los creadores de contenido con todas las formas de saqueo digital. A menudo he descrito en mi Monday Note cómo los editores -cegados por el atractivo a corto plazo de la visibilidad- consintieron convertirse en víctimas de todo tipo de agregadores (ver mi serie Lenin’s Rope).
En tercer lugar, la llegada de contenido libre, de hecho, desencadenó talento. Autores desconocidos han sido capaces de salir de la oscuridad gracias al acceso directo a la audiencia. Y algunos han encontrado formas alternativas de hacer dinero (escribiré más sobre esto en otra futura columna).
Por último, el desarrollo de la tecnología ha hecho inevitable la relajación de los derechos de autor. La Digital Millennium Copyright Act puede haber acelerado la transición, pero no fue la causa del trastorno. Hoy en día, la transferencia de archivos bittorrent de música y películas supone cerca del 10-12% del consumo total de ancho de banda de internet, y la de YouTube el 11%. El contenido pirata representa casi el 100% de la primera y la tercera parte de la segunda. Grandes cifras, de hecho, y grandes pérdidas para las industrias musical y de cine. Sin embargo Netflix con su contenido legítimo representa ya el 30% del tráfico de internet (Hulu tiene menos del 2%) y iTunes está creciendo más rápido que nunca. Y algunos economistas consideran que renunciar a una gran cantidad de contenido consumido gratis es el precio que hay que pagar para conservar una parte de mercado.
La industria de la música pagó un precio terrible durante la transición digital, con una caída del 50% de sus ventas en una década. Pero no sería justo considerar que legisladores indulgentes y piratas digitales son los únicos culpables. La desagregación ha desempeñado también un papel fundamental en la industria periodística. Tanto poder comprar una única canción en iTunes (en lugar de un álbum entero) como esperar que un único artículo en una página web generará suficientes lectores que paguen por él (en lugar de comprar un periódico entero) causaron un gran daño.
Tan afectada como está por la piratería, la industria del cine es inmune a la noción de la separación, lo que en parte explica por qué los ingresos de taquilla entre 2006 y 2010 aumentaron un 30% fuera de los Estados Unidos y un 15% en el mercado de Estados Unidos y Canadá. Aunque el número de espectadores se está moviendo, la industria ha sido capaz de encontrar su camino en el mundo digital.
El libro de Robert Levine es una lectura que replantea el debate sobre la evolución de los derechos de autor. De una manera inusual, abarca un punto de vista europeo sobre la cuestión (Levine vive parte del tiempo en Berlín). Eso hace que el libro sea aún más interesante para países que estudian la forma de que los creadores de contenidos puedan cobrar por su trabajo sin matar a la formidable libertad creativa desatada por el mundo digital.
Puedes leer el artículo completo de Frédéric Filloux aquí.