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«Si entendemos que tener un trabajo sirve para faltar a los deberes (en este caso de lealtad en la custodia) que lleva aparejados y afanar lo que nos apetezca y como nos apetezca, con la sola excusa de que el sueldo no es el que me gustaría; que a cualquiera que me caiga mal o que yo crea que puedo sisarle estoy autorizado para pisotearle sus derechos; que el prestigio que uno tiene no se basa en lo que hace, sino en lo que parasita de lo que hacen otros, y esto lo piensa un volumen importante de ciudadanos… entonces, entenderemos mejor por qué hay señores y señoras en este país que desde el poder dejan de defender los intereses de quienes les pagan (los contribuyentes) para perseguir intereses suyos particulares y se escudan en que ganan poco; por qué esos señores y señoras se arrogan sin remordimientos el derecho a lucrarse así dejando desatendidos, es decir, ignorando, derechos básicos de la ciudadanía como la salud o la educación; y por qué se sienten legitimados, sin más aspavientos, para medrar haciendo suyo lo que viene del sudor y los impuestos de sus conciudadanos. Y por qué son tantos, además, los que así obran.

Ahora vendrá alguien que me dirá que justamente porque ellos hacen eso el pobre y mal pagado almacenero está legitimado para su hurto y revelación de secretos. Y aquí es donde la conversación termina y a esos no tengo más que decirles, porque si tus mayores no te enseñaron a tiempo que la inmoralidad y la estupidez ajena no te autorizan a ser inmoral ni estúpido a ti mismo, por respeto a ti mismo principalmente, ya no hay nada que hacer. Si eso falta cuando es tiempo de aprenderlo, uno se muere así, y que le aproveche.

No sólo estamos dejando, en efecto, que en este país prevalezca la inmoralidad, la mezquindad y la deslealtad en todos los niveles. Es que eso nos hace además estúpidos, porque ahí radica una de las causas primeras de nuestro empobrecimiento, del deterioro de nuestros servicios públicos, y de la necrosis galopante de cada vez más trozos de nuestro sistema productivo, esquilmado por pícaros y malversadores. Pero hala, sigamos alimentándonos de nuestra propia carroña, mientras dure. Ya se sabe: Carpe diem».

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